LA
PUERTA.
Primavera:
Hacía tres años que no paseaba por aquellas calles sintiéndolas
como un hogar. Volver, ¡Cuánto le había costado!
Fueron varias semanas las que tardó en encontrar la
casa idónea, en cuanto la vio supo que era esa. Parecía que todo se había
alineado para encontrar lo que necesitaba, pero lo cierto es que tuvo que
insistir muchísimo al casero para que se la alquilara a ella y no a las demás
personas que también estaban interesadas y que la habían visto antes, pero el
casero accedió ante su entusiasmo.
Al cabo de unos días se instaló, colgó cuadros,
extendió alfombras, ordenó los libros y sonrió, sonreía mucho, se sentía feliz.
Feliz y ansiosa por comenzar todo lo nuevo que se presentaba ante ella, nueva
casa, nuevo trabajo, nuevos compañeros, nuevos bares y tiendas que habían
abierto durante los años que estuvo ausente.
Los siguientes meses de su llegada, pasaron rápido,
podía sentir el paso del tiempo por como florecieron los geranios en primavera,
que había plantado en el pequeño patio de la casa.
Con la llegada del buen tiempo invitó a sus amigos y compañeros
del trabajo a un almuerzo al sol, cuando éstos llegaron les enseñó su pequeño
piso feliz, les mostró el suelo hidráulico antiguo que tan enamorada la tenía,
la cocina tan mítica de los años 60 y el baño. El baño era pequeño, una placa
de ducha, el váter y el lavabo, pero lo que a todos les llamó la atención fue la segunda
puerta que había dentro del baño. Ella les explico que no daba a ningún sitio
en particular, sólo a una especie de respiradero al que daban todos los baños
de los demás vecinos de arriba y que sólo lo usaba para dejar la escoba.
Todos se quedaron sorprendidos ante su indiferencia,
hicieron comentarios sobre lo poco que les gustaba esa puerta. Una de las
frases que más usaron fue: “¿No te da mal rollo? seguro que ahí guardas tus más
oscuros secretos”, todos se rieron.
¡Qué extraño! Ella no lo había pensado, sólo era un
respiradero, solo era una puerta, una puerta.
El almuerzo pasó, todos lo pasaron bien, comieron, bebieron
y discutieron de temas que les inquietaban, pero ella no logró concentrarse en
casi nada, no paró de pensar en la puerta todo el tiempo, esa simple puerta
pintada de un amarillo claro de madera agrietada, algo ruidosa al abrirse, con
molduras y un pomo descolgado. Y por supuesto siguió pensando en ella cuando se
fueron.
¡Qué pesados! Pensó. Mal rollo, oscuros secretos ¡qué
tontería!
Lo que ocurrió al día siguiente sí que fue una
tontería algo extraña, se despertó sentada en el suelo del baño frente a la
puerta. No recordaba que hacía allí, pensó que habría ido a hacer pis y del
sueño se había quedado dormida.
Lo cierto es que se encontraba fatal, dormir en el
suelo del baño no era muy bueno para descansar, sobre todo teniendo en cuenta
que no era el único día, fueron varios días los que se despertó en la misma
situación. Estaba tan cansada, tenía la espalda destrozada, ¿se habría vuelto
sonámbula? Sería bueno ir al médico, pero lo dejó pasar por un tiempo, el trabajo
la tenía un poco absorbida. Hasta que un día se encontró con los ojos cerrados acariciando
la puerta, cada grieta, cada línea de la moldura, cada esquina desgastada, cada
lasquita de madera desgarrada de su lugar, parece extrañó decir que se
encontró, pero no sabría que palabra utilizar ya que no recordaba cómo había
llegado ahí, eran las trece horas de un miércoles y teniendo en cuanta que su
jornada laboral acababa a las quince horas, debería estar en el trabajo, ¡qué
desastre! ¿Qué hacía allí?
Miró el teléfono y sus compañeros la habían llamado y escrito
mensajes preguntándole si se encontraba bien, al parecer sin decir una palabra
y mientras unos clientes que agradecidos por la gestión que les había ofrecido
semanas atrás le regalaban un libro, se había levantado de la silla, cual
zombie pasiva, había cogido su abrigo y el regalo y se había marchado sin más.
Y allí estaba acariciando suavemente de nuevo la puerta.
Lloró.
Sabía que algo no iba bien. Se preguntaba una y otra
vez ¿Qué le estaba pasando?¿Sería un problema neurológico?
Esta vez no lo dejo pasar, fue al médico y éste le
explicó algo sobre cambios, estrés, lapsus temporales, pastillas, ¿Qué pasaba?
No quería escuchar. ¿Pastillas? Vagaba por las palabras del médico mientras
pensaba en llegar a casa. Llegar a casa e ir al baño, ir al baño y ver la
puerta.
¡No!
Salió corriendo, llegó a su casa y toda la ansiedad
que había sentido en la calle se le pasó, se sentó en el suelo del baño y miró
la puerta.
¿Eran los cambios? Sí, eran los cambios y si éstos le
hacían pasar por esta situación debía abandonarlos. Dejó el trabajo, nadie la
entendió, había trabajado tanto para lograr ese puesto. Pero nada importaba más
que lograr entender que le ocurría, necesitaba entenderse a sí misma, entender
lo que estaba viviendo.
Sus compañeros y amigos la llamaban, pero los alejó a
todos. Seguro que eran ellos los que la hacían sentirse así, aunque en su
interior sabía que aquello era una solución demasiado fácil para lo ocurrido, ya
encontraría otro trabajo, tenía algo de dinero ahorrado.
Los episodios de "sonambulismo" continuaron,
los dolores de espalda, las noches en el suelo la tenían cada vez más débil y
demacrada. Hasta que encontró una inútil solución que hizo que todo se
normalizara, colocó una almohada y una manta en el baño. Dormía allí todas las
noches, así estaría más cómoda y sobre todo desde allí podía observar la puerta
a cada momento.
Le costaba diferenciar la realidad de los sueños. Su
mente vagaba de recuerdos en recuerdos, recordaba su infancia, como se reían su
hermana y ella mientras se tiraban desde el trineo por las pequeñas montañas de
nieve, recordaba a su abuelo y aquel pajarito que se encontraron en la calle y
que cuidaron hasta que pudo volver a volar mientras, él le relató aquel cuento
de Máximo Gorki sobre el bosque de pájaros, siempre usaba esa historia para
hacerla despertar de la corriente que a veces las personas siguen sin preguntas
ni respuestas. Las lágrimas se deslizaban suavemente por su rostro, ella no
tenía repuestas para esto, nadie las tendría nunca, más que nunca se sentía
como aquel pájaro que intento despertar a todos y que al final resignado e
indeciso de sí mismo se acabó quedando en la misma rama donde siempre había
estado.
Se le olvidó comer, se le olvidó que tenía una vida
que la esperaba, dejó de pagar el alquiler, el casero la llamaba
constantemente, no abría la puerta de la casa a nadie, sólo quería estar allí,
sola, encerrada, observando.
Invierno:
Un día unos amigos se pusieron de acuerdo y llamaron a
la policía, estaban preocupados de que ella no les abriera la puerta ni
respondiera a sus llamadas. Gracias al casero abrieron la puerta y entraron en
la casa, se la encontraron tirada en el suelo del baño, con una mano extendida
tocando aquella simple y maldita puerta que la había consumido.
Ya no había vida en sus ojos.
Todos miraron fijamente a aquella puerta, se
preguntaban qué tenía de especial que le había hecho obsesionarse.
No veían nada.
Sólo el casero exclamó: “¡Pobre niña!, ha sufrido el
síndrome de prestar atención a algo que no tiene importancia”.
Entonces lo vieron todo.
Excepto Juan, su buen amigo que no contento con la
normalización de los demás sobre lo que a su amiga le había pasado. Se había
quedado con unas llaves de la casa después de que el forense se llevara el
cadáver, así que al día siguiente se presentó allí, se paseó por la casa
observando minuciosamente todo, verdaderamente la casa era muy bonita para lo
que costaba el alquiler, observó cada foto, le venían preciosos recuerdos a la
mente, cada libro, recordó cuanto le gustaba a ella leer y en aquella estantería
encontró el libro que él le había prestado hacia unos meses, “El Ocupante” de
Sarah Waters, lo cogió sonriendo y pensó sin poder remediarlo, será puta, con
la de tiempo que andaba buscándolo y me decía que no lo tenía. Lo abrió y en la
primera hoja había algo escrito: “Tú serás el siguiente”. ¡Qué curioso! Pensó
quien le escribe a los propio libros mensajes cuando los va a leer.
Antes de irse se acercó al baño y observó aquella
extraña puerta. Acarició cada grieta polvorienta, sintió un escalofrío, se
sintió mal por ello y los ojos se le llenaron de lágrimas, todo lo que había
pasado le parecía tan irreal…la abrió, esperaba una escoba, como bien decía
ella, aquella puerta no llegaba a ningún sitio, pero en cambio encontró libros
llenos de polvo, le dio tanta pena verlos allí estropeándose, ¿por qué los
habría guardado ahí? Ella solía ser bastante escrupulosa en el cuidado de estos,
se sentó en el suelo y los fue abriendo uno a uno con una sonrisa nostálgica. Encontró
preciosas dedicatorias de las personas que se los habían regalado, su hermana,
su abuelo, su exnovio y también había uno de Ali, “Fin de Partida” de Samuel Beckett.
Ali una amiga común de los dos, había muerto hacía dos años. Trágicamente su
moto chocó contra un camión de basura una noche mientras volvía de clase. Fue
un golpe muy duro para los dos, aquello les unió mucho, y ahora ella, ¿es que él
no la había cuidado? ¿Debía haber hecho algo más? ¿Haber insistido más en verla?
se sintió tan solo…
Decidió llevarse el libro sería un bonito recuerdo de
ambas, al cerrarlo descubrió que este también tenía la misma frase escrita: “Tú
serás el siguiente”, esta vez le pareció menos curioso.
Sonó su teléfono, se asustó, le llamaban sus amigos
para recogerlo e ir al velatorio. Cerró aquella puerta y salió del baño, pero
antes de irse cogió un paño y lo pasó por los muebles, todo estaba tan sucio,
barrió y fregó, no podía dejar aquella casa así, los geranios parecían mustios
y helados por el invierno. Volvió a sonar su teléfono, pidió que no lo
esperasen, iría un poco más tarde, limpiaría algo más antes de marcharse, al
cabo de unas horas miró el reloj, debía irse antes de que todo acabara y
enfrentarse a la realidad de lo que había ocurrido, más allá de la tristeza,
más allá del desconcierto, más allá de la extrañeza, su amiga había muerto y ya
no volvería a verla más.
Cuando llegó al velatorio se acercó a sus amigos,
todos se fundieron en un abrazo y desde un
hueco a lo lejos pudo ver a la madre, una señora ausente abrazada a una
almohada, con los ojos perdidos en un lugar donde solo algunos padres han
mirado, se sintió roto, y fue cuando uno de sus amigos le recordó, que era
demasiado para ella, había perdido a sus dos hijas. Entonces lo recordó, como
era posible que lo hubiera olvidado con la de historias maravillosas que ella
le había contado de su hermana, sí, era cierto, su amiga había perdido a su
hermana mayor cuando las dos eran pequeñas. Su hermana murió de una enfermedad
cuando tenían 10 y 12 años, de repente se empezó a sentir mal, vomitó y
recordó, estaba sudado y jadeante, le daba vueltas a la cabeza y no lograba
acordarse del título del libro. ¿Cómo se llamaba? ¿Cuál era el autor? “Era… ¡¿Cómo
era?!” Gritó, su amigo lo agarró para tranquilizarlo pero no lo lograba, estaba
desconcertado. ¿Cuál era el autor del libro ese de filosofía del que tuvieron
que hacer ese infernal trabajo en el instituto? Sí, Jostein Gaarder, ¿qué más
libros había escrito ese autor? Y entonces recordó, “El enigma y el espejo”, ¿de
que trataba esa historia? Era una niña enferma que iba a morir, en la historia
la niña con ayuda de un fantasma comprende la muerte para no tenerle miedo. ¿No
era ese el libro que la hermana le había regalado? ¿No era uno de esos libros
dedicados que ella tenía guardados detrás de aquella puerta?
“¿Qué le pasa a Juan?” Estaba fuera de sí, se acercó a
la madre, y agarrándola de los hombros le gritó: “¿Su abuelo está muerto?” La
gente lo apartaba asustada, el volvía gritando: “Dígame como murió por favor”,
lo echaron de allí. Juan salió corriendo hacia la casa como nunca había
corrido, entró en el baño y abrió la puerta, el pomo cayó al suelo, lo apartó
con el pie, se agachó y cogió el libro que la hermana le había regalado. Sí,
era “El enigma y el espejo” de Jostein Gaarder y había una dedicatoria, que le
decía: “Tranquila, conseguí atravesar el espejo”. Y en él estaba escrito con
una letra distinta a la dedicatoria, junto a la fecha de la muerte: “Tú fuiste
el primero”.
Con toda su locura y ansiedad, Juan revisó nervioso
todos los libros que allí estaban guardados, todos tenían escritos “Tú serás el
siguiente” pero esta vez se fijó que en todos, debajo de esa frase, había
fechas pasadas, se dio cuenta que eran las fechas de las muertes de las
personas que se los habían regalado. Ella sabía que pasaría, sabía que morirían
y sabía que aquellos libros tenían la respuestas de cómo serían, y comprendió
que no era la puerta lo que la obsesionó hasta perder su vida, no era una fijación hacia algo inexistente y carente de importancia, era lo
que allí guardaba, más allá de una vieja puerta agrietada, más allá de unos
libros dedicados de personas que habían pasado en algún momento por su vida, era
más allá…
Y allí estaba él, pálido, desconcertado ante su
descubrimiento, y su libro, “El ocupante”, quiso sentirse a salvo pensando que él
no se lo había regalado, solo se lo había prestado, ella se lo pidió cuando le
contó cuanto le había gustado, fue entonces desde un eco más allá de aquella
puerta que pudo oír: “¡TU!”, tembló, a quien iba a engañar, fue él el que
insistió. Ella le dijo que no tenía mucho tiempo para leer en esos momentos,
pero él se lo dejó en su casa un día que fue a verla, sabía que a ella le
gustaría y con todo el miedo que jamás había sentido en toda su vida y sin
poder evitarlo, salió corriendo hacia la calle pero ya sabía que era demasiado
tarde, resbaló con el felpudo de la entrada que decía “Bienvenidos”, cayó al
suelo de espaldas y al caer se dio un fuerte golpe en la nuca y mientras notaba
la sangre fluir de ella, ladeó la cabeza y a través de su ya nublosa mirada pudo verse reflejado en un
espejo, mientras se miraba fijamente a sus propios ojos pensando: Tú serás el
siguiente.
Los vecinos del edificio lo encontraron demasiado
tarde, llamaron a emergencias y al casero, cuando este llegó comentó “pobre
chico, justo ahora que le iba a alquilar el piso después de que llevaba
esperando unos años a que se quedara libre, me pregunto quién será el
siguiente”.
Aukibi.