domingo, 14 de junio de 2015

El maestro que me enseñó a atravesar espejos

Todo comenzó en 2º de bachillerato, nunca he sido una estudiante abnegada aunque sí con una norma establecida de llegar hasta el final, que yo creía o pensaba, aquel año teníamos que elegir una optativa y me habían recomendado la clase de literatura universal, me gustaría reconocer que era por lo que en esta clase se aprendía pero no sería cierto, me habían hablado que en esta clase era fácil aprobar sin mucho esfuerzo, así que teniendo en cuenta que tenía que ser mi último año de instituto, de una vez por todas, y debía dedicar tiempo al resto de asignaturas que entrarían en selectividad, finalmente opté por esta asignatura.
Era curioso como la frase más repetida desde el primer día de mis “compañeras” de clase fue: “vamos a ponernos al final y así escribimos en las agendas, que el profesor no se da cuenta” me parece divertido ahora porque seguramente aquel profesor pensaría que la clase de literatura al menos la aprovechaban para escribir, quizás en alguna de ellas se encontrara una Anna Frank pero encerrada en una hora y media de un martirio de clase con un opresor malvado que las hacía leer solo por placer. ¡Qué cosas!
En clase comenzamos con un clásico, Shakespeare, nos adentramos en Hamlet mágicamente, el profesor repartió los personajes entre los alumnos y durante unas semanas o un mes, no lo recuerdo bien, en la hora y media que duraba la clase imaginábamos estar en uno de esos teatros del S. XVI de madera, con sus músicos imprescindibles para el ambiente. Como bien aprendimos de Shakespeare, el teatro era un método de terapia para hallar la verdad. Sentíamos la tensión, parecía que escuchábamos los códigos musicales al entrar en escena.


El profesor nos animaba a emocionarnos, era grandioso verlo gritar representando el fantasma del padre de Hamlet. Desquebrajamos los personajes como nunca lo había oído hacer. Nos atormentamos con Gertrudis debatiéndose entre la maternidad y la sensualidad. Con Claudio dejamos la conciencia a un lado para movernos por la envidia sin retorno. Nos enamoramos de la locura de Ofelia, la dulce y falta de carácter, por la que sentíamos unas ganas inmensas de explotar y soltar el trauma de sus deseos reprimidos, humilladas y maltratadas como ella, influenciada por su hermano y su padre un hipócrita Polonio con su celo educativo hacia ella y su complejo de superioridad. Y como no, quisimos vengarnos como Hamlet, comprendimos su mente maquiavélica, desconfiábamos y acusábamos a todos, pero dudamos y evolucionamos como él. Y como él, también disfrutamos con la palabra y el teatro.
Y todo esto sentados en unos pupitres entre cuatro paredes, que gracias a Mariano Rivera Cross, leer teatro nunca será simplemente leer.
Dejad que os recomiende algún libro de este también gran escritor y poeta, al que sigo considerando mi profesor, "OFFMOVILL III (añicosmos y entremesiglos)" dentro encontraréis un monologo de la locura de Ofelia que estoy segura amaréis, además de otras historias como “El hábito no hace a la monja" que es de mis favoritas.

Y no puedo dejar de reconocer que fue gracias a estas clases donde descubrí a Baudelaire, Chejov, Lamartine, Hölderlin, Wordswoth y a mi admirada Nora de “Casa de muñecas” pero mi pasión, Henrik Ibsen se merece unas líneas mas extensas, otro día...

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